La casa de mi abuela.
Una mirada fortuita
Septiembre 2025
La casa de Encarnación: La casa de mi abuela Encarna. Se ubicaba en Trigueros, un pueblo de Huelva y podría describirse como la típica casa de un pueblo de Andalucía. Fachada blanca, simétrica con huecos rectangulares, rejas en las ventanas y una cubierta a dos aguas de tejas cerámicas. En el centro de la fachada: una puerta grande de dos hojas de madera con un llamador en cada una de las hojas. Al entrar en la casa, el zaguán, un espacio central amplio con techos altos que daba acceso a cuatro habitaciones y se extendía hasta el salón. En los techos de aquella casa podías perderte durante horas admirando cada detalle, cada dibujo, cada mosaico y cada muesca. Sentada en la butaca del salón, aquellos techos me robaron innumerables tardes. A la izquierda del salón, la cocina y a la derecha, el baño, que se construyó a posteriori del resto de la casa ya que antaño se ubicaba en el exterior de la vivienda. Desde el salón y la cocina se accede al patio, mi lugar favorito.
El patio era el núcleo central de la casa. Era un patio humilde, pequeño, sencillo, sin embargo, nunca he encontrado una luz como la de aquel lugar. La luz era clara, cálida y acogedora, como si el patio te invitase a entrar en él. Estaba plagado de macetas estratégicamente ubicadas: rosales, margaritas, helechos, culantro, perejil y hierbabuena. Mi abuela había convertido el patio en una cápsula vegetal. En un rincón del patio asomaba una tímida escalera que subía hasta una azotea despojada de uso por no ser más que la cubierta del baño. Aquel baño fue construido con un objetivo meramente funcional: evitar cruzar el patio para hacer uso de él. Fue levantado con muros de ladrillo sobre los que descansaba la cubierta de rollizos de madera y rasillones. La azotea era diminuta, con pretiles blancos y un suelo de losas de hormigón ya castigadas por el paso del tiempo.
Sin embargo, desde aquella azotea, que ningún arquitecto dibujó sobre los planos de la casa, se podía contemplar una magnífica estampa. Entre los tejados de las viviendas vecinas se alzaba imponente la Torre de la Iglesia de Trigueros. Al caer el Sol, justo cuando la iluminación de las casas del pueblo se atenuaba la torre se erguía entre los tejados majestuosamente iluminada.
Aquel rincón de la casa era un lugar privilegiado que había surgido como consecuencia de la edificación de un pequeño baño para dar servicio a la vivienda. Fue entonces cuando entendí que los arquitectos no somos dioses como en ocasiones pensamos. Comprendí que muchos de los espacios que consideramos residuales esconden un potencial que no alcanzamos a ver ni a adivinar y en muchas ocasiones son las construcciones azarosas las que nos regalan espacios realmente singulares. A día de hoy cada vez que visito la casa de mi abuela subo por la escalerita del patio hasta llegar a la pequeña azotea y mientras miro la Torre de la Iglesia de Trigueros recuerdo todo lo que me enseñó aquel baño de autoconstrucción.
- Texto: Ana Romero Cortés
- Ilustraciones: Alejandro Zújar Chaves
<<< post anterior
todos los posts >>>